La violencia se ha constituido en uno de los temas más mencionados
pero a la vez menos definidos en los discursos políticos y en las ciencias
sociales. Se la ha empleado para referir hechos muy diversos con la engañosa
creencia en su generalidad y univocidad. Cada teórico, como cada ciudadano,
pretende saber qué es la violencia asignándole el estatus de una cosa, de un
fenómeno social entre otros. De este modo, la violencia existe desde la
experiencia subjetiva de cada uno, y
esta positividad adquiere nuevos contornos dependiendo de quién la enuncie,
quién la evalúe o quien la interprete. Lo que se observa entonces, es que la
emergencia de la violencia como categoria conceptual, nace en el cruce de diferentes discursos
antagonistas que se disputan una interpretación definitiva, y es de allí de
donde deriva su aparente polisemia.
Más allá de los diversos conceptos que han querido encorsetar un
fenómeno en sí mismo inasible, lo cierto es que la preocupación por definir,
describir y explicar la violencia se corresponde con una particular visión de
lo social. En otras palabras, la violencia deviene un problema en un contexto
de emergencia enmarcado por unas particulares representaciones de la vida en
comunidad. Aunque no tenemos certeza
acerca de si la violencia fue vista como un problema por los hombres del medievo o de la
antigüedad, lo cierto es que en los materiales conocidos hasta hoy pareciera
que el mismo vocablo era empleado con connotaciones muy diferentes a las que
asumimos hoy en dia. En este sentido, podriamos afirmar, con mediana seguridad,
que la preocupación por la violencia se arraiga
en una visión de lo social que no estuvo siempre presente. En efecto, la
visibilización de la violencia como tema
y como problemática es el correlato de una representación del campo social
afincada en las nociones de orden,
normalidad y ley, y en sus contrapartes:
el caos, lo patológico y la transgresión. Esta es la visión de lo social desplegada
por el orden epistémico moderno.
La aparición de la Violentología, en tanto
preocupación cognitiva por la violencia, hace parte de este mismo orden epistémico. Al preguntarnos por la violencia,
nos situamos en la especifidad del momento histórico en el cual ésta deviene
una preocupación y en la particularidad de las visiones del mundo que hacen de
ella un objeto/campo de estudio. Este es un asunto que no hay que perder de
vista, no sea que incurramos en el error de hacer de la violentología un saber
más allá del tiempo y del espacio. La violentología, como tantos otros modos de
conocer, tiene que ver con el interés actual por dar cuenta de la procedencia y
desarrollo de un tipo de relación social marcado por la inflicción de daño a
los otros. Ahora bien, ¿qué tipo de conocimiento es el que aspira a desarrollar
la violentología? ¿Cómo es posible adquirir un logos de la violencia?
El logos, en su acepción contemporánea, refiere a la palabra meditada, reflexionada o razonada, es sinónimo
de razonamiento, argumentación, habla o discurso. También puede ser entendido
como inteligencia, pensamiento o sentido. Pero
sabemos que el logos puede adquirir formas diferentes. Son muchas y
variadas las maneras a través de las cuales los hombres han razonado acerca de
su entorno y su lugar en el mundo. Estas han ido de los mitos a la religión, de
ésta a la filosofía, y de aquella a la ciencia y la ideología. ¿Cuáles serían
las características de cada una de estas manifestaciones del logos? ¿Se trata
acaso de formas mutuamente excluyentes de conocer? ¿Es posible hoy en día
trazar lineas demarcatorias entre una y otra?
La primera invitación de la Comisión fue la de
avanzar hacia una “Aproximación científica de la violencia”. Esto marca un
punto de partida un tanto paradójico: si entendemos que “la ciencia es un
conocimiento comprobable, no contradictorio desde el punto de vista lógico,
obtenido mediante procedimientos bien fundados y repetibles” (Sartori, 1984:
81), entonces no puede ser aproximativa. Quien aspire a un conocimiento
científico de la violencia buscará realizar una labor empírica, trabajar con
hechos, buscar regularidades, encontrar la objetividad y exigirse a sí mismo
que tal conocimiento sea válido y fiable.
Y aquí surgen una serie de cuestiones no accesorias:
¿qué delimita la ciencia frente a otras formas de conocimiento? ¿mediante qué
criterios? ¿En qué consiste la
comprobación? ¿Cuáles son sus bases? ¿Qué llamaremos procedimientos bien
fundados? (Lazo, 2006). Y con respecto a nuestro objeto de estudio: ¿Es la
violencia siempre igual, con independencia de la mirada del cientifico? ¿Es un
hecho regular? ¿Es posible alcanzar un punto de vista objetivo respecto a ella?
Todas estas son cuestiones a las que nos abocaría entender la violentología
como ciencia, ateniéndonos a aquello que los modernos han entendido por tal.
Suponiendo que pudieramos responder
satisfactoriamente estas cuestiones, y continuaramos en el proyecto de formular
una ciencia de la violencia, algo que debe quedar claro es que aún si logramos
obtener un conocimiento fiable, por medio de determinados procedimientos y
criterios establecidos por una comunidad de saber, esto no implica que
lleguemos a la consecución de verdades
sobre la violencia en un sentido universal, infalible y absoluto. Esta era una
aspiración cartesiana que hoy en dia sabemos no solo es imposible sino
indeseable. A lo sumo, lo que podria encontrar la violentología, con un
conjunto de métodos y criterios consensuados por su comunidad científica (los
violentólogos), sería un número determinado de hallazgos (consensos abiertos e
inestables sobre la violencia) justificados con base en evidencia adecuada. Lo
otro, la verdad universal, pertenece más al dominio de la fe que al de la
academia.
Ahora bien, si lo que deseamos es hacer una
“aproximación” a la violencia, tendremos que seguir el consejo de Zaffaronni
para el caso de la criminología: evitar los terrenos sólidos de una ciencia
apriorística para fluir con las aguas de una “aproximación desde los bordes”.
No temamos carecer de causas primeras y absolutas, pensemos en el peligro
totalitario intrínseco a todo establecimiento de la verdad. Abandonemos el
prejuicio historicista de creer que la época actual es mejor que las épocas
pasadas y que por ello ha de ser desechado todo conocimieno previo. Asumamos
con prudencia y humildad este ejercicio de pensar la violencia desde los
márgenes.
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