11 de abril de 2013

¿Hacia una ciencia de la violencia? - Paola Rodríguez




La violencia se ha constituido en uno de los temas más mencionados pero a la vez menos definidos en los discursos políticos y en las ciencias sociales. Se la ha empleado para referir hechos muy diversos con la engañosa creencia en su generalidad y univocidad. Cada teórico, como cada ciudadano, pretende saber qué es la violencia asignándole el estatus de una cosa, de un fenómeno social entre otros. De este modo, la violencia existe desde la experiencia subjetiva de cada uno,  y esta positividad adquiere nuevos contornos dependiendo de quién la enuncie, quién la evalúe o quien la interprete. Lo que se observa entonces, es que la emergencia de la violencia como categoria conceptual, nace  en el cruce de diferentes discursos antagonistas que se disputan una interpretación definitiva, y es de allí de donde deriva su aparente polisemia.

Más allá de los diversos conceptos que han querido encorsetar un fenómeno en sí mismo inasible, lo cierto es que la preocupación por definir, describir y explicar la violencia se corresponde con una particular visión de lo social. En otras palabras, la violencia deviene un problema en un contexto de emergencia enmarcado por unas particulares representaciones de la vida en comunidad.  Aunque no tenemos certeza acerca de si la violencia fue vista como un problema por los hombres del medievo o de  la antigüedad, lo cierto es que en los materiales conocidos hasta hoy pareciera que el mismo vocablo era empleado con connotaciones muy diferentes a las que asumimos hoy en dia. En este sentido, podriamos afirmar, con mediana seguridad, que la preocupación por la violencia se arraiga  en una visión de lo social que no estuvo siempre presente. En efecto, la visibilización  de la violencia como tema y como problemática es el correlato de una representación del campo social afincada  en las nociones de orden, normalidad y ley,  y en sus contrapartes: el caos, lo patológico y la transgresión. Esta es la visión de lo social desplegada por el orden epistémico moderno.

La aparición de la Violentología, en tanto preocupación cognitiva por la violencia, hace parte de este mismo orden  epistémico. Al preguntarnos por la violencia, nos situamos en la especifidad del momento histórico en el cual ésta deviene una preocupación y en la particularidad de las visiones del mundo que hacen de ella un objeto/campo de estudio. Este es un asunto que no hay que perder de vista, no sea que incurramos en el error de hacer de la violentología un saber más allá del tiempo y del espacio. La violentología, como tantos otros modos de conocer, tiene que ver con el interés actual por dar cuenta de la procedencia y desarrollo de un tipo de relación social marcado por la inflicción de daño a los otros. Ahora bien, ¿qué tipo de conocimiento es el que aspira a desarrollar la violentología? ¿Cómo es posible adquirir un logos de la violencia?

El logos, en su acepción contemporánea, refiere a la palabra meditada, reflexionada o razonada, es sinónimo de razonamiento, argumentación, habla o discurso. También puede ser entendido como inteligencia, pensamiento o sentido. Pero sabemos que el logos puede adquirir formas diferentes. Son muchas y variadas las maneras a través de las cuales los hombres han razonado acerca de su entorno y su lugar en el mundo. Estas han ido de los mitos a la religión, de ésta a la filosofía, y de aquella a la ciencia y la ideología. ¿Cuáles serían las características de cada una de estas manifestaciones del logos? ¿Se trata acaso de formas mutuamente excluyentes de conocer? ¿Es posible hoy en día trazar lineas demarcatorias entre una y otra?

La primera invitación de la Comisión fue la de avanzar hacia una “Aproximación científica de la violencia”. Esto marca un punto de partida un tanto paradójico: si entendemos que “la ciencia es un conocimiento comprobable, no contradictorio desde el punto de vista lógico, obtenido mediante procedimientos bien fundados y repetibles” (Sartori, 1984: 81), entonces no puede ser aproximativa. Quien aspire a un conocimiento científico de la violencia buscará realizar una labor empírica, trabajar con hechos, buscar regularidades, encontrar la objetividad y exigirse a sí mismo que tal conocimiento sea válido y fiable.

Y aquí surgen una serie de cuestiones no accesorias: ¿qué delimita la ciencia frente a otras formas de conocimiento? ¿mediante qué criterios?  ¿En qué consiste la comprobación? ¿Cuáles son sus bases? ¿Qué llamaremos procedimientos bien fundados? (Lazo, 2006). Y con respecto a nuestro objeto de estudio: ¿Es la violencia siempre igual, con independencia de la mirada del cientifico? ¿Es un hecho regular? ¿Es posible alcanzar un punto de vista objetivo respecto a ella? Todas estas son cuestiones a las que nos abocaría entender la violentología como ciencia, ateniéndonos a aquello que los modernos han entendido por  tal.

Suponiendo que pudieramos responder satisfactoriamente estas cuestiones, y continuaramos en el proyecto de formular una ciencia de la violencia, algo que debe quedar claro es que aún si logramos obtener un conocimiento fiable, por medio de determinados procedimientos y criterios establecidos por una comunidad de saber, esto no implica que lleguemos a la  consecución de verdades sobre la violencia en un sentido universal, infalible y absoluto. Esta era una aspiración cartesiana que hoy en dia sabemos no solo es imposible sino indeseable. A lo sumo, lo que podria encontrar la violentología, con un conjunto de métodos y criterios consensuados por su comunidad científica (los violentólogos), sería un número determinado de hallazgos (consensos abiertos e inestables sobre la violencia) justificados con base en evidencia adecuada. Lo otro, la verdad universal, pertenece más al dominio de la fe que al de la academia.

Ahora bien, si lo que deseamos es hacer una “aproximación” a la violencia, tendremos que seguir el consejo de Zaffaronni para el caso de la criminología: evitar los terrenos sólidos de una ciencia apriorística para fluir con las aguas de una “aproximación desde los bordes”. No temamos carecer de causas primeras y absolutas, pensemos en el peligro totalitario intrínseco a todo establecimiento de la verdad. Abandonemos el prejuicio historicista de creer que la época actual es mejor que las épocas pasadas y que por ello ha de ser desechado todo conocimieno previo. Asumamos con prudencia y humildad este ejercicio de pensar la violencia desde los márgenes.




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