16 de julio de 2013

Violencia y Consumismo - Sivia Ons



El miércoles 26 de septiembre de 2012 a las 13 hs tuvo lugar la décimo tercer sesión de la Comisión Especial de Violentología en las salas 5 y 6 del anexo de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. A la reunión asistieron  los diputados Alejandra Martínez, Carlos Ramiro Gutiérrez y Franco Caviglia. En representación de los diputados Abel Buil y Viviana Nocito asistieron la señora Marta Mareli y la Dra. Patricia Paggi, respectivamente. También concurrieron la Lic. Paola Ventura, asesora del diputado Gutiérrez; la Lic. Lorena Ferrero, la señora Myriam Polidoro; y Carla Jacquier, Gerardo García y Leonardo Villafranca, asesores del Diputado Caviglia. En calidad de relatora participó la Mag. Paola Rodríguez.

En esta oportunidad la Comisión contó con la participación de la psicoanalista Silvia Ons, quien es Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Además es  coordinadora de la sección de Filosofía de El Sigma, integrante del comité editorial de la revista Dispar y colaboradora del suplemento cultural del diario Perfil. Ha escrito numerosos trabajos en diarios, revistas y libros nacionales y extranjeros. Es autora de los Libros Violencia(s), editorial Paidós; Una mujer como síntoma de un hombre, editorial Tres haches y Placer y bien. Platón- Aristóteles- Freud, en colaboración con Silvio Maresca y Roberto Magliano.

Tras la presentación formal de la invitada hecha por el Diputado Franco Caviglia, Paola Rodriguez hizo una breve introducción a la obra de Ons, señalando su interés por vincular filosofía y psicoanálisis en una reflexión contemporánea de la violencia. Los planteamientos de Ons acerca de las violencias postmodernas, ubicuas, deslocalizadas y sin estrategia, tienen una importancia capital para la Comisión, en la medida en que desterritorializa la violencia del ámbito del delito y la ideología para vincularla con cuestiones como la subjetividad, el consumo y la desorientación axiológica del momento actual.

La conferencia de Ons se tituló Violencia y Consumismo, a continuación reproducimos los planteamientos principales.

Mi libro se llama Violencia (s), en plural, justamente para connotar la variedad del fenómeno. Esta variedad indica que no hay que entender la violencia como un ente, como una cosa dada. Se trata de un fenómeno que existió siempre, y en otras épocas comportaba una naturaleza incluso más cruda. Por eso no se trata de algo comparable a lo largo del tiempo. Es necesario precisar cuáles son las particularidades de la violencia en nuestros días. Provisionalmente, diremos que esta violencia, que denomino postmoderna, se caracteriza por su ubicuidad y latencia.

La violencia antes no era tan mal vista. En la década del setenta, por ejemplo, era asumida como revolucionaria y emancipatoria (pensemos en Fanon y Sartre). De manera que ha cambiado la manera de concebirla. Mientras que antes estaba vinculada con la ideología, tenía un carácter fundamentalmente instrumental en la transformación de las condiciones sociales y tenía una finalidad, ahora la vemos expandirse sin estrategias, sin fines. Es una violencia sin sentido. Como dirían algunos, es la violencia por la violencia misma.

Dos son los relatos que han querido explicar la entrada del hombre en sociedad. Por un lado, está el relato hobbesiano, a la luz del cual el hombre es lobo del hombre, es innatamente violento, y solo el advenimiento del Estado y de la cultura son capaces de  sacarlo del estado de guerra permanente. Por otro lado está el relato rousseauniano, para quien el hombre nace naturalmente bueno y es la sociedad la que lo corrompe. Mi opinión es que no hay algo innato en la violencia, el hombre no es naturalmente bueno ni malo.

En la actualidad, la violencia no queda relegada al estado de naturaleza, sino que se hace presente como una sombra que amenaza lo cotidiano. El vecino ya no es más el vecino sino un potencial enemigo. Esta visión es el resultado de un estado de paranoia social que ha venido haciéndose cada vez más frecuente debido a una devaluación de la palabra del otro, trayendo como resultado  la incredulidad y  la desconfianza. Películas como Vidas Cruzadas (Crash) de Paul Haggis, muestran de qué modo las personas pueden caer en la paranoia social y en una sucesión de calamidades al suponer erróneamente las intenciones del otro.

La devaluación de la palabra tiene un segundo efecto: la incertidumbre acerca de lo que hay detrás de la palabra dicha. Es como si las palabras no dieran su significado inmediatamente, y hubiera necesidad de ver por detrás de ellas la verdadera intención del diciente. Esta incredulidad y desconfianza frente a una violencia velada o escondida detrás de la palabra, termina generando aún más violencia.  Algo de este tenor ocurre en la película de Laurent Cante Entre muros. Su ámbito es el de una clase de francés, en un barrio de los suburbios de París, a la que concurren alumnos de distintos orígenes culturales. El profesor trata de implementar todos los recursos para sortear las dificultades que el aula le depara: problemas de integración, segregación, rebeldía inusitada, multiculturalismo. Lleva así adelante una tarea no solo docente sino que intenta ser terapéutica, él trata de comprender, se empeña en no declinar. La escena más dramática del film y sobre la cual quisiera detenerme se produce a partir de lo que sucede en una reunión de consejo, conformada por los profesores y dos alumnas de la clase como delegadas. En esa ocasión las jóvenes tienen un pésimo comportamiento: comen, hablan entre ellas, se ríen, se burlan perturbando al docente. Este, indignado, se desborda diciendo que ellas han tenido una actitud de "pétasse". A consecuencia se producen terribles incidentes que terminan con la ceja partida de una alumna, y acusaciones muy fuertes contra el profesor. La expresión "pétasse", no sólo refiere a una prostituta profesional, también remite a una adolescente un tanto ligera, provocativa, se ha traducido al español como "zorra".

Las alumnas no dudaron en afirmar que fueron nombradas así, y omitieron que el profesor había dicho que se comportaron como tales, lo que no significa una nominación del ser. Tampoco se incluyó el contexto la desubicación de las chicas en la reunión que desencadenó la no feliz expresión del docente. Y tampoco valió la calidez demostrada de este hombre frente a su curso. Solo quedó como saldo el valor insultante del dicho y nada más. La declinación de los discursos va de la mano con que la palabra tome el sentido de una injuria y de un agravio que llega al corazón del ser. En este sentido, se trata de pensar en el ocaso de los discursos, cuando la palabra es aprisionada en su instantaneidad, fuera de la modalidad en la que es proferida.

No sólo no se escucha la palabra del otro sino que se la interpreta siempre de manera violenta. Es como si los discursos no admitieran matices, como ocurre con el “me gusta” de facebook. En virtud de esta decadencia de los discursos el impulso no es mediatizado por la palabra. Desde el psicoanálisis diríamos que allí donde la palabra declina el impulso sobreviene, aparece la violencia. Por eso el tema de la educación es tan importante. La película Los Coristas de Christophe Barratier, es un excelente ejemplo de cómo una educación que fija la atención en las particularidades de cada alumno es un antídoto para la violencia. No se trata aquí de la educación igual para todos, sino de ver en cada niño sus características y singularidad para a partir de allí encontrar su lugar en el coro, junto a los demás niños.

Este efecto masificador, alcanza un nivel paroxístico en las sociedades de consumo. Decíamos en un comienzo que la violencia contemporánea se caracteriza por no tener más un papel redentor ni purificador (siendo en este sentido post- revolucionaria), y por ser ubicua, polimorfa e ilimitada. Mi hipótesis es que el consumismo incita a la violencia. Jean Claude Milner destaca una imprevista consecuencia del principio de lo ilimitado en la sociedad ya que, a falta de un exterior posible, el sujeto se vuelve contra si mismo. Será únicamente el cuerpo quien da su consistencia al ser hablante, y ya no el discurso que se había soñado universal. Parafraseando a Lyotard, diríamos que ante la caída de los grandes relatos asistimos a una declinación de los valores en la que  el “tener” se convirtió en la nueva salvación. Yo diría, con Guy Debord (La sociedad del espectáculo), que además de tener hay que “aparecer”. Es bueno lo que aparece aunque sea efímero. Hay actos de violencia que son cometidos por sus autores para aparecer en los medios, para decir “Hola, aquí estoy!”.

Lacan vaticinaba que en las sociedades de consumo el objeto empieza a ocupar el lugar que antes ocupaba el ideal. El problema es que uno nunca puede ser enteramente propietario pues los bienes no solo perecen y se descartan, sino que pronto los objetos dejan de satisfacer el deseo y necesitan ser cambiados por unos nuevos. Como efecto, el sujeto siente que puede ser desechado con la misma rapidez que los objetos. Esa levedad del sujeto en sus vínculos y en su vida cotidiana es lo que el sociólogo Zigmunt Bauman denomina modernidad liquida, con todas sus variantes: amor liquido, miedo liquido, etc. Se trata de una idea que ya había sido planteada por el nihilismo nietzscheano y que por cierto Bauman no cita. En las sociedades de consumo, los productos se presentan como un plus de goce. Las mercancías vienen a llenar el vacío del sujeto, a darle lo que parece faltarle. Pero jamás pueden ofrecer algo permanente. Ese vacío que nunca termina de llenarse genera estados de desasosiego y en definitiva, violencia interna. Faltaría poder tomar distancia de esos estados violentos, no buscar anular ni suspender los impulsos sino verlos en perspectiva para poder canalizarlos. Esto habida cuenta de que la violencia y los impulsos no pueden nunca ser eliminados, son ancestrales.

En una sociedad en la que los objetos valen más que la vida misma solo puede habitar la violencia. Por eso es fundamental que no sean los objetos los llamados a llenar el vacío del sujeto, sino que exista una vocación de vida que permita canalizar sus impulsos, ofreciéndole una satisfacción más duradera, haciéndolo sentir bien. Es por ello que Freud se pronunciaba a favor de todo aquello que incrementara el desarrollo cultural como forma de disuadir  la violencia. En la práctica, vemos que las personas que encuentran satisfacción en su trabajo y en lo que realizan cotidianamente son menos violentas. Pero el imperativo del consumo, junto con otros como el imperativo de la belleza o el de la eterna juventud, desencadena la violencia, ¿por qué? Porque si tener el objeto es tener el ser, entonces hay que hacer lo que sea necesario para apropiárselo, incluso arrebatárselo a otro.

Hoy vemos que el pobre no encuentra lugar ni identidad en la sociedad. Con esto no quiero asociar pobreza y violencia sino violencia y exclusión. En la antigüedad, el esclavo pertenecía a un todo social, también el siervo de la gleba en la edad media. El marxismo reintegraba a los excluidos como trabajadores que salvarían la historia, un discurso los alojaba brindándoles significación. Hoy los pobres están excluidos, despersonalizados, no tienen un lugar en el sistema, no tienen un lugar en la historia ni tienen una inscripción en el discurso. Los pobres son arrojados al hambre y peor aún, a una suerte sin inscripción. Aquí vale la pena traer el concepto lacaniano de forclusión: lo no integrado retorna en lo real y uno de tales retornos es la violencia misma.

Resumiendo hasta aquí, diremos que la violencia actual se relaciona con el nihilismo, con la caída de los ideales, con el no tener destino, y con el impulso a llenar este vacio a través del consumo. Así por ejemplo, la violencia de género se relaciona con la caída del valor de la virilidad (bien entendido). Cuando decae la virilidad aparece el macho violento. Pero además hay que decir que algo ocurre en la subjetividad de aquella mujer que quiere existir a partir de servir a un amo. Es un tema complejo, pero habría que preguntarse por qué hay tantas mujeres en el lugar de víctimas.

Esta pérdida de los ideales esta asociada al proceso de secularización. Gianni Vattimo sostenía que hoy vivimos en un mundo menos violento que antaño. El Dios del Cristianismo es un Dios menos violento que el del antiguo testamento. Y en las sociedades actuales donde Dios ha muerto, este nihilismo, el hecho de no ser fundamentalista, de no aferrarse a ningún principio metafísico, es ya un buen augurio para una sociedad más tolerante. Pero si esto es así, ¿por qué la sociedad sigue siendo violenta? Ciertamente, hay una violencia no fundamentalista,  una violencia nihilista. Esta violencia  se relaciona con el vacío, y más aún, con el aburrimiento y el hastío. La imagen que viene a mi mente es la de aquella novela de Dostoievski, Los Endemoniados, donde un grupo de jóvenes aristócratas a quienes todo les aburre, decide ir a mirar el cadáver de un suicida  para experimentar sensaciones que los saquen de su apatía habitual. En nuestro país circuló hace algún tiempo la noticia de unos chicos adinerados que salían a la calle a golpear personas pobres para filmarlas y después subir el video a internet. En fin, esta es una violencia nihilista, asociada al aburrimiento, al vacio. Bien, con esto cerraría mi intervención para que iniciemos el intercambio de ideas. Muchas gracias.

Comentarios y preguntas

Ramiro Gutiérrez: Si la violencia es polimorfa, quiere decir que todo puede ser violencia. A su vez, el deseo es como un saco roto. Entonces, ¿el deseo es un generador de violencia?

Silvia Ons: Veo que entendiste perfectamente el planteamiento. Lacan se refiere en dos momentos al deseo. En un comienzo lo enarbola como un motor, el motor que orienta la vida misma. Pero en otro momento, señala que el deseo debe tener un freno, debe ser un deseo ligado a nuestra particularidad. De lo contrario desearíamos todo lo que otros tienen. Por eso yo remarcaba el tema de construir una subjetividad destacando la singularidad y orientando el destino de cada persona, porque querer llenar el deseo, que es una singularidad, con un objeto masivo y despersonalizado como el objeto mercantil, no puede más que conducir a la frustración. Cultivar la singularidad es capital. Cuando no se cultiva la singularidad se corroe el carácter, se logran personalidades inconsistentes. Esto pasaba por ejemplo con un personaje como Adolf Eichmann, tan bien descrito por Hannah Arendt. Un hombre totalmente inconsistente que para llenar su inconsistencia, seguía órdenes y asesinaba a otros.

Ramiro Gutiérrez: Vos hablabas de estas violencias sin teleología. Pero, cuando hay teleología, ¿quién es el titiritero? ¿Acaso las ideologías, el mercado, el Estado? ¿A quien visualizas vos como el titiritero que está detrás de estas violencias con un fin?

Silvia Ons: Yo no atribuiría un sujeto al mercado. Diría que el capital mismo ha tomado el relevo del sujeto.

Ramiro Gutiérrez: Pero el instinto, ¿no busca él mismo la teleología? ¿No usa por ejemplo a la razón como pretexto para el ejercicio de la violencia?

Silvia Ons: Ah, ahora entiendo a dónde vas. Y bueno, el psicoanálisis justamente busca llevar a los individuos a indagar en esas razones que mueven sus instintos. Volviendo al tema de la singularidad, Lacan sostenía que ésta era capaz de retardar el imperativo del consumo. Por otro lado debo decir que el nihilismo tiene mala fama, pero en sus inicios, cuando fue planteado por Nietzsche, el nihilismo contaba también con una cara positiva. Esta cara positiva tiene que ver con el debilitamiento de unos valores que se hallan devaluados, esto es,  existen pero nadie los sigue. Y como esta devaluación termina dando paso a unos nuevos valores. Trasladado esto a la situación actual, vemos que valores como la justicia, la paz, existen pero la conducta de las personas va en otra dirección. De manera que lo que habría que preguntarse es si estos valores en realidad no están conectados con lo real de la pulsión humana, y en este sentido, seria necesario crear unos nuevos. Si no habría que repensar y “aggiornar” los valores de antaño para adaptarlos a nuestra vida. La cara positiva del nihilismo es justamente su potencial creador. Al no haber caminos marcados ni pautas universales lo que queda son puras posibilidades. No soy pesimista pero tampoco optimista, es decir, aguardo pero no espero. Me resisto a pensar en términos utópicos, prefiero pensar qué se puede hacer con lo que hay, qué se puede mejorar.

Alejandra Martínez: Ese rescate de la singularidad se relaciona también con la caída del principio de Verdad, ¿no? Por eso hablamos hoy de verdades.

Silvia Ons: Si, sin duda. Creo que en el ámbito educativo esto ya hizo mella. El sistema educativo universal (basado en una idea de verdad) ya mostró sus límites. No pude hacerlo con mis hijos, pero si con mi nieta al propender por su singularidad sin rechazar la cuestión pulsional, sino al contrario, usándola, canalizándola. Este es el mismo camino del psicoanálisis.

Franco Caviglia: Si miráramos la historia en su evolución en el largo plazo, ¿tenés una mirada optimista o pesimista respecto de ese plus de violencia? ¿Estamos en presencia de sociedades con más violencia o con menos, si atendemos por ejemplo, a los planteamientos de Norbert Elías acerca del proceso civilizatorio? ¿Tendemos, como señala Steven Pinker, a una sociedad cada vez menos violenta?

Silvia Ons: Yo no estoy tan segura de eso. Estoy de acuerdo con que en otros momentos la violencia era más cruenta, pero también estaba más acotada respecto a la finalidad, estaba más encuadrada. Hoy en día, incluso en lo políticamente correcto ya se observa un trasfondo de violencia. Incluso en democracia el otro puede ser en cualquier momento un contrincante. La democracia puede volverse contra sí misma.



Publicado por:

No hay comentarios: