El miércoles 26 de septiembre de 2012 a las 13 hs tuvo lugar la décimo
tercer sesión de la Comisión Especial de Violentología en las salas 5 y 6 del
anexo de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. A la
reunión asistieron los diputados
Alejandra Martínez, Carlos Ramiro Gutiérrez y Franco Caviglia. En
representación de los diputados Abel Buil y Viviana Nocito asistieron la señora
Marta Mareli y la Dra. Patricia Paggi, respectivamente. También concurrieron la
Lic. Paola Ventura, asesora del diputado Gutiérrez; la Lic. Lorena Ferrero, la
señora Myriam Polidoro; y Carla Jacquier, Gerardo García y Leonardo
Villafranca, asesores del Diputado Caviglia. En calidad de relatora participó
la Mag. Paola Rodríguez.
En esta oportunidad
la Comisión contó con la participación de la psicoanalista Silvia Ons, quien es
Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis. Además es coordinadora de
la sección de Filosofía de El Sigma, integrante del comité editorial de la
revista Dispar y colaboradora del suplemento cultural del diario Perfil. Ha
escrito numerosos trabajos en diarios, revistas y libros nacionales y
extranjeros. Es autora de los Libros Violencia(s),
editorial Paidós; Una mujer como síntoma
de un hombre, editorial Tres haches y Placer
y bien. Platón- Aristóteles- Freud, en colaboración con Silvio Maresca y
Roberto Magliano.
Tras la
presentación formal de la invitada hecha por el Diputado Franco Caviglia, Paola
Rodriguez hizo una breve introducción a la obra de Ons, señalando su interés
por vincular filosofía y psicoanálisis en una reflexión contemporánea de la
violencia. Los planteamientos de Ons acerca de las violencias postmodernas,
ubicuas, deslocalizadas y sin estrategia, tienen una importancia capital para
la Comisión, en la medida en que desterritorializa la violencia del ámbito del
delito y la ideología para vincularla con cuestiones como la subjetividad, el
consumo y la desorientación axiológica del momento actual.
La conferencia de
Ons se tituló Violencia y Consumismo, a
continuación reproducimos los planteamientos principales.
Mi libro se llama
Violencia (s), en plural, justamente para connotar la variedad del fenómeno.
Esta variedad indica que no hay que entender la violencia como un ente, como
una cosa dada. Se trata de un fenómeno que existió siempre, y en otras épocas
comportaba una naturaleza incluso más cruda. Por eso no se trata de algo
comparable a lo largo del tiempo. Es necesario precisar cuáles son las
particularidades de la violencia en nuestros días. Provisionalmente, diremos
que esta violencia, que denomino postmoderna, se caracteriza por su ubicuidad y
latencia.
La violencia antes
no era tan mal vista. En la década del setenta, por ejemplo, era asumida como revolucionaria
y emancipatoria (pensemos en Fanon y Sartre). De manera que ha cambiado la manera
de concebirla. Mientras que antes estaba vinculada con la ideología, tenía un
carácter fundamentalmente instrumental en la transformación de las condiciones
sociales y tenía una finalidad, ahora la vemos expandirse sin estrategias, sin
fines. Es una violencia sin sentido. Como dirían algunos, es la violencia por
la violencia misma.
Dos son los relatos
que han querido explicar la entrada del hombre en sociedad. Por un lado, está
el relato hobbesiano, a la luz del cual el hombre es lobo del hombre, es
innatamente violento, y solo el advenimiento del Estado y de la cultura son
capaces de sacarlo del estado de guerra
permanente. Por otro lado está el relato rousseauniano, para quien el hombre
nace naturalmente bueno y es la sociedad la que lo corrompe. Mi opinión es que
no hay algo innato en la violencia, el hombre no es naturalmente bueno ni malo.
En la actualidad,
la violencia no queda relegada al estado de naturaleza, sino que se hace
presente como una sombra que amenaza lo cotidiano. El vecino ya no es más el
vecino sino un potencial enemigo. Esta visión es el resultado de un estado de
paranoia social que ha venido haciéndose cada vez más frecuente debido a una
devaluación de la palabra del otro, trayendo como resultado la incredulidad y la desconfianza. Películas como Vidas Cruzadas (Crash) de Paul Haggis,
muestran de qué modo las personas pueden caer en la paranoia social y en una sucesión
de calamidades al suponer erróneamente las intenciones del otro.
La devaluación de
la palabra tiene un segundo efecto: la incertidumbre acerca de lo que hay
detrás de la palabra dicha. Es como si las palabras no dieran su significado
inmediatamente, y hubiera necesidad de ver por detrás de ellas la verdadera
intención del diciente. Esta incredulidad y desconfianza frente a una violencia
velada o escondida detrás de la palabra, termina generando aún más violencia. Algo de este tenor ocurre en la película de
Laurent Cante Entre muros. Su ámbito
es el de una clase de francés, en un barrio de los suburbios de París, a la que
concurren alumnos de distintos orígenes culturales. El profesor trata de implementar
todos los recursos para sortear las dificultades que el aula le depara:
problemas de integración, segregación, rebeldía inusitada, multiculturalismo.
Lleva así adelante una tarea no solo docente sino que intenta ser terapéutica,
él trata de comprender, se empeña en no declinar. La escena más dramática del
film y sobre la cual quisiera detenerme se produce a partir de lo que sucede en
una reunión de consejo, conformada por los profesores y dos alumnas de la clase
como delegadas. En esa ocasión las jóvenes tienen un pésimo comportamiento:
comen, hablan entre ellas, se ríen, se burlan perturbando al docente. Este,
indignado, se desborda diciendo que ellas han tenido una actitud de
"pétasse". A consecuencia se producen terribles incidentes que
terminan con la ceja partida de una alumna, y acusaciones muy fuertes contra el
profesor. La expresión "pétasse", no sólo refiere a una prostituta
profesional, también remite a una adolescente un tanto ligera, provocativa, se
ha traducido al español como "zorra".
Las alumnas no
dudaron en afirmar que fueron nombradas así, y omitieron que el profesor había
dicho que se comportaron como tales, lo que no significa una nominación del
ser. Tampoco se incluyó el contexto la desubicación de las chicas en la reunión
que desencadenó la no feliz expresión del docente. Y tampoco valió la calidez
demostrada de este hombre frente a su curso. Solo quedó como saldo el valor
insultante del dicho y nada más. La declinación de los discursos va de la mano
con que la palabra tome el sentido de una injuria y de un agravio que llega al
corazón del ser. En este sentido, se trata de pensar en el ocaso de los
discursos, cuando la palabra es aprisionada en su instantaneidad, fuera de la
modalidad en la que es proferida.
No sólo no se
escucha la palabra del otro sino que se la interpreta siempre de manera
violenta. Es como si los discursos no admitieran matices, como ocurre con el “me
gusta” de facebook. En virtud de esta decadencia de los discursos el impulso no
es mediatizado por la palabra. Desde el psicoanálisis diríamos que allí donde
la palabra declina el impulso sobreviene, aparece la violencia. Por eso el tema
de la educación es tan importante. La película Los Coristas de Christophe Barratier, es un excelente ejemplo de
cómo una educación que fija la atención en las particularidades de cada alumno
es un antídoto para la violencia. No se trata aquí de la educación igual para
todos, sino de ver en cada niño sus características y singularidad para a
partir de allí encontrar su lugar en el coro, junto a los demás niños.
Este efecto
masificador, alcanza un nivel paroxístico en las sociedades de consumo.
Decíamos en un comienzo que la violencia contemporánea se caracteriza por no
tener más un papel redentor ni purificador (siendo en este sentido post-
revolucionaria), y por ser ubicua, polimorfa e ilimitada. Mi hipótesis es que
el consumismo incita a la violencia. Jean Claude Milner destaca una imprevista
consecuencia del principio de lo ilimitado en la sociedad ya que, a falta de un
exterior posible, el sujeto se vuelve contra si mismo. Será únicamente el
cuerpo quien da su consistencia al ser hablante, y ya no el discurso que se
había soñado universal. Parafraseando a Lyotard, diríamos que ante la caída de
los grandes relatos asistimos a una declinación de los valores en la que el “tener” se convirtió en la nueva salvación.
Yo diría, con Guy Debord (La sociedad del espectáculo), que además de tener hay
que “aparecer”. Es bueno lo que aparece aunque sea efímero. Hay actos de
violencia que son cometidos por sus autores para aparecer en los medios, para
decir “Hola, aquí estoy!”.
Lacan vaticinaba
que en las sociedades de consumo el objeto empieza a ocupar el lugar que antes
ocupaba el ideal. El problema es que uno nunca puede ser enteramente
propietario pues los bienes no solo perecen y se descartan, sino que pronto los
objetos dejan de satisfacer el deseo y necesitan ser cambiados por unos nuevos.
Como efecto, el sujeto siente que puede ser desechado con la misma rapidez que
los objetos. Esa levedad del sujeto en sus vínculos y en su vida cotidiana es
lo que el sociólogo Zigmunt Bauman denomina modernidad liquida, con todas sus
variantes: amor liquido, miedo liquido, etc. Se trata de una idea que ya había
sido planteada por el nihilismo nietzscheano y que por cierto Bauman no cita. En
las sociedades de consumo, los productos se presentan como un plus de goce. Las
mercancías vienen a llenar el vacío del sujeto, a darle lo que parece faltarle.
Pero jamás pueden ofrecer algo permanente. Ese vacío que nunca termina de
llenarse genera estados de desasosiego y en definitiva, violencia interna.
Faltaría poder tomar distancia de esos estados violentos, no buscar anular ni suspender
los impulsos sino verlos en perspectiva para poder canalizarlos. Esto habida
cuenta de que la violencia y los impulsos no pueden nunca ser eliminados, son
ancestrales.
En una sociedad en
la que los objetos valen más que la vida misma solo puede habitar la violencia.
Por eso es fundamental que no sean los objetos los llamados a llenar el vacío
del sujeto, sino que exista una vocación de vida que permita canalizar sus
impulsos, ofreciéndole una satisfacción más duradera, haciéndolo sentir bien.
Es por ello que Freud se pronunciaba a favor de todo aquello que incrementara
el desarrollo cultural como forma de disuadir la violencia. En la práctica, vemos que las
personas que encuentran satisfacción en su trabajo y en lo que realizan cotidianamente
son menos violentas. Pero el imperativo del consumo, junto con otros como el
imperativo de la belleza o el de la eterna juventud, desencadena la violencia,
¿por qué? Porque si tener el objeto es tener el ser, entonces hay que hacer lo
que sea necesario para apropiárselo, incluso arrebatárselo a otro.
Hoy vemos que el
pobre no encuentra lugar ni identidad en la sociedad. Con esto no quiero
asociar pobreza y violencia sino violencia y exclusión. En la antigüedad, el
esclavo pertenecía a un todo social, también el siervo de la gleba en la edad
media. El marxismo reintegraba a los excluidos como trabajadores que salvarían
la historia, un discurso los alojaba brindándoles significación. Hoy los pobres
están excluidos, despersonalizados, no tienen un lugar en el sistema, no tienen
un lugar en la historia ni tienen una inscripción en el discurso. Los pobres
son arrojados al hambre y peor aún, a una suerte sin inscripción. Aquí vale la
pena traer el concepto lacaniano de forclusión: lo no integrado retorna en lo
real y uno de tales retornos es la violencia misma.
Resumiendo hasta
aquí, diremos que la violencia actual se relaciona con el nihilismo, con la
caída de los ideales, con el no tener destino, y con el impulso a llenar este
vacio a través del consumo. Así por ejemplo, la violencia de género se
relaciona con la caída del valor de la virilidad (bien entendido). Cuando decae
la virilidad aparece el macho violento. Pero además hay que decir que algo
ocurre en la subjetividad de aquella mujer que quiere existir a partir de
servir a un amo. Es un tema complejo, pero habría que preguntarse por qué hay
tantas mujeres en el lugar de víctimas.
Esta pérdida de los
ideales esta asociada al proceso de secularización. Gianni Vattimo sostenía que
hoy vivimos en un mundo menos violento que antaño. El Dios del Cristianismo es
un Dios menos violento que el del antiguo testamento. Y en las sociedades
actuales donde Dios ha muerto, este nihilismo, el hecho de no ser
fundamentalista, de no aferrarse a ningún principio metafísico, es ya un buen
augurio para una sociedad más tolerante. Pero si esto es así, ¿por qué la
sociedad sigue siendo violenta? Ciertamente, hay una violencia no
fundamentalista, una violencia
nihilista. Esta violencia se relaciona
con el vacío, y más aún, con el aburrimiento y el hastío. La imagen que viene a
mi mente es la de aquella novela de Dostoievski, Los Endemoniados, donde un grupo de jóvenes aristócratas a quienes
todo les aburre, decide ir a mirar el cadáver de un suicida para experimentar sensaciones que los saquen
de su apatía habitual. En nuestro país circuló hace algún tiempo la noticia de
unos chicos adinerados que salían a la calle a golpear personas pobres para
filmarlas y después subir el video a internet. En fin, esta es una violencia
nihilista, asociada al aburrimiento, al vacio. Bien, con esto cerraría mi
intervención para que iniciemos el intercambio de ideas. Muchas gracias.
Comentarios y preguntas
Ramiro Gutiérrez:
Si la violencia es polimorfa, quiere decir que todo puede ser violencia. A su
vez, el deseo es como un saco roto. Entonces, ¿el deseo es un generador de
violencia?
Silvia Ons: Veo que
entendiste perfectamente el planteamiento. Lacan se refiere en dos momentos al
deseo. En un comienzo lo enarbola como un motor, el motor que orienta la vida
misma. Pero en otro momento, señala que el deseo debe tener un freno, debe ser
un deseo ligado a nuestra particularidad. De lo contrario desearíamos todo lo que
otros tienen. Por eso yo remarcaba el tema de construir una subjetividad
destacando la singularidad y orientando el destino de cada persona, porque
querer llenar el deseo, que es una singularidad, con un objeto masivo y
despersonalizado como el objeto mercantil, no puede más que conducir a la
frustración. Cultivar la singularidad es capital. Cuando no se cultiva la
singularidad se corroe el carácter, se logran personalidades inconsistentes.
Esto pasaba por ejemplo con un personaje como Adolf Eichmann, tan bien descrito
por Hannah Arendt. Un hombre totalmente inconsistente que para llenar su
inconsistencia, seguía órdenes y asesinaba a otros.
Ramiro Gutiérrez:
Vos hablabas de estas violencias sin teleología. Pero, cuando hay teleología, ¿quién
es el titiritero? ¿Acaso las ideologías, el mercado, el Estado? ¿A quien
visualizas vos como el titiritero que está detrás de estas violencias con un
fin?
Silvia Ons: Yo no
atribuiría un sujeto al mercado. Diría que el capital mismo ha tomado el relevo
del sujeto.
Ramiro Gutiérrez:
Pero el instinto, ¿no busca él mismo la teleología? ¿No usa por ejemplo a la
razón como pretexto para el ejercicio de la violencia?
Silvia Ons: Ah,
ahora entiendo a dónde vas. Y bueno, el psicoanálisis justamente busca llevar a
los individuos a indagar en esas razones que mueven sus instintos. Volviendo al
tema de la singularidad, Lacan sostenía que ésta era capaz de retardar el
imperativo del consumo. Por otro lado debo decir que el nihilismo tiene mala
fama, pero en sus inicios, cuando fue planteado por Nietzsche, el nihilismo
contaba también con una cara positiva. Esta cara positiva tiene que ver con el
debilitamiento de unos valores que se hallan devaluados, esto es, existen pero nadie los sigue. Y como esta
devaluación termina dando paso a unos nuevos valores. Trasladado esto a la
situación actual, vemos que valores como la justicia, la paz, existen pero la
conducta de las personas va en otra dirección. De manera que lo que habría que
preguntarse es si estos valores en realidad no están conectados con lo real de
la pulsión humana, y en este sentido, seria necesario crear unos nuevos. Si no
habría que repensar y “aggiornar” los valores de antaño para adaptarlos a
nuestra vida. La cara positiva del nihilismo es justamente su potencial creador.
Al no haber caminos marcados ni pautas universales lo que queda son puras
posibilidades. No soy pesimista pero tampoco optimista, es decir, aguardo pero
no espero. Me resisto a pensar en términos utópicos, prefiero pensar qué se
puede hacer con lo que hay, qué se puede mejorar.
Alejandra Martínez:
Ese rescate de la singularidad se relaciona también con la caída del principio
de Verdad, ¿no? Por eso hablamos hoy de verdades.
Silvia Ons: Si, sin
duda. Creo que en el ámbito educativo esto ya hizo mella. El sistema educativo
universal (basado en una idea de verdad) ya mostró sus límites. No pude hacerlo
con mis hijos, pero si con mi nieta al propender por su singularidad sin
rechazar la cuestión pulsional, sino al contrario, usándola, canalizándola.
Este es el mismo camino del psicoanálisis.
Franco Caviglia: Si
miráramos la historia en su evolución en el largo plazo, ¿tenés una mirada
optimista o pesimista respecto de ese plus de violencia? ¿Estamos en presencia
de sociedades con más violencia o con menos, si atendemos por ejemplo, a los
planteamientos de Norbert Elías acerca del proceso civilizatorio? ¿Tendemos,
como señala Steven Pinker, a una sociedad cada vez menos violenta?
Silvia Ons: Yo no
estoy tan segura de eso. Estoy de acuerdo con que en otros momentos la
violencia era más cruenta, pero también estaba más acotada respecto a la
finalidad, estaba más encuadrada. Hoy en día, incluso en lo políticamente
correcto ya se observa un trasfondo de violencia. Incluso en democracia el otro
puede ser en cualquier momento un contrincante. La democracia puede volverse
contra sí misma.
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